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A propósito de la visita del barón Alexander von Humboldt a Cajamarca

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La verdadera felicidad solo se halla en la tranquilidad del alma y no en las riquezas materiales

Por Alexis Arévalo

Cuenta la historia, que el afamado naturalista y explorador alemán barón Alexander von Humboldt (1769-1859), había venido a nuestro país con la intención de estudiar la flora y fauna de nuestras exóticas tierras. En su largo recorrido había llegado a la ciudad de Cajamarca a finales de 1802, en dónde escuchó, de varias fuentes, que aún residían en el lugar los descendientes directos del Inca Atahualpa, último amo y señor absoluto de estas hermosas tierras que le fueron arrebatadas por los conquistadores españoles.

Fue así como Humboldt, conoció al cacique Astorpilco, descendiente directo del Inca Atahualpa, quien lo recibió con los brazos abiertos. El cacique dispuso que su hijo, un joven de apenas 17 años, le enseñara las maravillas de un pasado lejano y las reminiscencias de un imperio que fue el más poderoso y rico de América.

“El hijo del cacique Astorpilco, agradable muchacho de 17 años, que me guiaba a través de las ruinas de su patria y del palacio de sus antepasados, había poblado su imaginación de seductoras imágines, en medio de su extrema pobreza. Figurábase una grandiosa magnificencia y tesoros amontonados bajo los escombros que íbamos pisando, contaba cómo uno de sus antepasados había vendado a su mujer los ojos en otro tiempo, y después de hacerle dar mil rodeos por caminos labrados en la peña, la había conducido a los jardines subterráneos del Inca” (1).

El joven Astorpilco le contó que su antepasada quedó deslumbrada con el jardín repleto de delicadas plantas y árboles frutales, aves posadas en las ramas todo hecho del más purísimo oro; e incluso se encontraban las perdidas andas del Inca Atahualpa. Pese a tal riqueza el marido le dijo a su mujer que no se podían llevar nada pues aún no había llegaba el tiempo anunciado en el que regresaría el imperio “y cualquiera que se apropiase de alguna de aquellas obras maravillosas, debía morir en la misma noche” (2).

Esta hermosa historia, queda como recuerdo y tradición de la familia cajamarquina de los Astorpilco, que por su romanticismo y añoranza al imperio de los incas fueron incluidos con especial aprecio en la obra “Breviario del Nuevo Mundo” de Humboldt. El barón alemán fascinado por tan maravillosa historia le preguntó al joven Astorpilco el porqué no se dedicaba a buscar esa herencia fabulosa que por derecho le tocaba; para su sorpresa el muchacho le respondió que los Astorpilco preferirían vivir pobres y tranquilos que a tener grandes riquezas y ser envidiados por sus parientes y vecinos.

“Dios es justo y bueno; mi padre tiene una chacra donde cultivamos. Esta llanura es fértil. Vivimos en la miseria pero con tranquilidad. Si tuviéramos árboles y frutos de oro macizo, seríamos odiados y perseguidos. Admiré esta moderación india y mis ojos se llenaron de lágrimas” (3).

Resulta interesante leer estas líneas ya que nos muestra un lado más humano del estudioso alemán que perennizó esta hermosa historia para la posteridad. El amor de los indios por su amada tierra resulta encomiable, y demuestra que las tradiciones incas aún se mantenían frescas en sus memorias; guardando además en su corazón, buenos valores y grandes anhelos, en los que la verdadera felicidad solo se halla en la tranquilidad del alma y no en las riquezas materiales.

Fuentes:
(1)   Humboldt, Alejandro de. Breviario del Nuevo Mundo. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1993, p. 121.
(2)   Loc. Cit.
(3)   Núñez Hague, Estuardo y Petersen Gaulke, Georg. Alexander von Humboldt en el Perú. Diario de viaje y otros escritos. Lima: Fondo Editorial del Banco Central de Reserva del Perú/ Tarea Gráfica Educativa, 2002, p. 69.

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